Armas de Fuego e Impulsividad
El uso de armas de fuego implica una serie de acciones motoras (tomar el arma, montarla, apuntar, disparar), dirigidas por un conjunto de operaciones mentales que se producen en respuesta a una situación concreta y para conseguir una finalidad determinada.
Deberá tenerse en cuenta para atribuir la idoneidad, además de las habilidades y conocimientos específicos, ciertas capacidades y disposiciones psicológicas, destacándose la inteligencia, la estabilidad emocional y la impulsividad.
La inteligencia es una capacidad imprescindible. Resulta fácil imaginarse el peligro que implicaría un arma en manos de una persona con bajo nivel intelectual ya que no solo no sabría cómo utilizarlas, sino que tampoco conocería los riesgos y las consecuencias posibles.
Es importante también la estabilidad emocional, es decir, la disposición a controlar las emociones y gestionarlas adecuadamente. Alguien atemorizado o extremadamente ansioso puede hacer un uso impropio de su arma. Es necesario evaluar la estabilidad emocional, dado que la mayoría de las veces que debe utilizarse un arma se trata de situaciones de enorme carga emocional y tensión.
A diferencia de la inteligencia y la estabilidad emocional que son fenómenos bien conocidos, la impulsividad aun plantea muchas incógnitas. Comúnmente, se pide a quienes utilizan armas de fuego que tengan niveles bajos de impulsividad, pero por otro lado, las situaciones en que demandan su uso requieren medidas rápidas, inmediatas.
La impulsividad es un atributo psicológico complejo, está compuesta por un conjunto de mecanismos y procesos de naturaleza emocional, cognitiva y motivacional que actúan conjuntamente. La impulsividad implica una disposición en el sujeto, es decir, facilita la manera de actuar ante un requerimiento situacional concreto. Esto significa que la impulsividad no es responsable del inicio de la conducta, pero sí modula cómo esta conducta se expresará realmente.
Existen distintas definiciones de impulsividad. Algunas, como la de Milich, la definen negativamente como la “incapacidad de detenerse, mirar y escuchar, de retrasar las recompensas, de resistir la tentación, de resistir la conducta motriz y dar respuestas rápidas en situaciones ambiguas, de planificar y anticipar consecuencias adversas, carencia de previsión y escaso autocontrol”. Barrat, la define en forma más neutra y simple, afirmando que se trata de una “tendencia a responder rápidamente y sin pensar”. Estas definiciones muestran que un usuario impulsivo es incompatible con el uso adecuado de armas de fuego. Tanto para la tenencia como para la portación, tanto para el uso personal, en tareas de vigilancia, como para el uso en policías y fuerzas de seguridad. Para todos estos casos, es requisito ineludible un bajo nivel de impulsividad.
La presencia de un alto nivel de impulsividad no solamente predispone a responder en forma inadecuada en las situaciones que lo demanden, sino especialmente en la vida privada, en fiestas, discusiones domésticas, tareas de mantenimiento o poca preocupación en la custodia del arma. Las evidencias jurídicas avalan esto, las sentencias frente a delitos con armas suelen agruparse bajo la calificación de culposo por sobre la de doloso, señalando el importante rol de la imprudencia, de la impulsividad.
Afortunadamente la impulsividad puede ser detectada y medida. La inclusión de cuestionarios de impulsividad en la batería psicodiagnóstica es fundamental a la hora de señalar la idoneidad psicológica frente a las armas de fuego.
Juan Lloveras Rauch
Lic. en Psicología
Profesor Univertario
M.N. 51.030
Director de Psicología y Medicina Laboral